No es tarde

Vivieron en una isla al sur de la línea ecuatorial como una astilla en el ombligo del Océano Pacífico. No se sabía el porqué ni el cómo llegó la población a la isla, ni en qué momento apareció, solo que existía y en ella vivían los isleños. Por años estuvieron felices en la isla y no había razón para salir. Pasaron años, y centenarios en donde creció la civilización, y algunos tuvieron el valor para explorar. Los que pudieron regresar, trajeron varios tesoros consigo. En la isla, todos eran felices y veían un gran futuro.

Pasaron los años y una noche todos los isleños tuvieron una visión. Hasta el día de hoy no se sabe qué ni quién fue el que causó la visión, pero no importaba tanto como lo que se les mostró. En su sueño, los isleños vieron a un niño que al crecer decidió salir de la isla, y al alejarse, la isla y todos sus pobladores desaparecieron de la faz de la tierra. Esa noche todos se juntaron en el mercado para hablar de lo que vieron. Los líderes de la isla decidieron que lo mejor para el futuro de todos era prohibir a los hombres salir. Varios de los artistas decidieron hacer imágenes del niño que vieron para advertir a las futuras generaciones sobre el Destructor. La ley que prohibía los viajes a los hombres fue inscrita en el centro del mercado y los salones de asambleas. A las mujeres se les daba clases de viaje para que la isla no se quedará atrapada en lo que se podría llamar el siglo XVII. Unas guerreras fueron entrenadas especialmente para vigilar los límites de la isla y cuidar que ningún hombre salga.

Así se llevaron a cabo las cosas por mucho tiempo. Cuando llegaba el momento de que una mujer diera a luz, iba una anciana a verificar si había nacido el niño. Ya habían pasado milenios desde que se dio la visión, ya ni se necesitaban guerreras para prevenir la navegación a los hombres. Había una rutina que fue perdiendo importancia; la isla seguía allí. Por lo tanto, no hay palabras que puedan describir el caos que siguió el nacimiento del niño. Es sorprendente lo desprevenidos que estuvieron los isleños, como si su existencia no dependiera de una persona. Al dar el anuncio de que había nacido el niño del sueño, los líderes se juntaron para hablar sobre qué harían ya que nació el niño. Muchos pensaron que el nacimiento del niño significaba que otros podían salir, por fin, pero cualquiera que intentaba navegar, chocaba contra las rocas y no podía salir más allá de 10 kilómetros. Estaban encerrados con el niño.

Cuando salieron de su junta, los líderes les informaron a los isleños que se haría todo lo posible para que el niño no saliera, y la mejor solución era darle y hacer lo que fuera para que se mantuviera feliz. No era tarde para actuar. Así empezaron los problemas. Sus padres decidieron llamarlo Ares, por razones obvias. Al principio, todo iba bien, hasta se podría decir que todos estaban relajados. Las reglas que se seguirían eran que nunca se hablaría sobre las expediciones que hacían los ancestros; no se hablaría de cómo los animales y las plantas fueron traídas de otros continentes, ni se hablaría que existía algún otro lugar fuera de la isla; y la regla más importante era que nunca se hablaría del sueño que se les dio a los ancestros. Así fue que creció Ares, sin conocer de su destino ni de que había un mundo fuera de la isla.

Todos evitaron a la familia por miedo a alterar a Ares. En la escuela, los maestros tomaban votos para ver quién le enseñaría esa semana. Los niños entraban a una rifa para elegir quién estaría en su clase aquel semestre. Todos le tenían pavor, pero sus costumbres de evitarlo tuvieron que parar cuando él les comentó a sus padres que sentía como que nadie lo quería. Se corrió la voz de que el Destructor se sentía menospreciado, y al día siguiente fue saludado por todos, se le invitó a 3 fiestas diferentes, y varios niños de la escuela peleaban por un asiento a su lado en la hora del almuerzo. Ares era amigo de todos, y todos eran más felices a su alrededor. Siempre lo invitaban a las fiestas y nunca faltaba a ninguna. Todos terminaban cansados al final del día de tanto mimarlo.

Un día después de la escuela, Ares regresó a casa diciendo que quería aprender a navegar. Sus papás quedaron pasmados mientras Ares les explicaba cómo había tomado un libro de uno de los maestros porque se le hizo interesante la imagen de la nave, que hasta ese momento no sabía qué era, y empezó a leer sobre la navegación y la existencia de otras islas y cosas llamadas continentes fuera de la isla. Sus papás no dijeron nada más que guau y Ares subió a su cuarto a imaginarse una vida fuera de la isla. Esa noche sus padres llamaron una junta de emergencia con todos los isleños para hablar de lo sucedido. Después de asegurarse de que Ares se había quedado dormido, ambos salieron silenciosamente de la casa y se unieron a los vecinos que iban rumbo al salón de asambleas.

Al llegar todos, se empezó a llamar lista; ya que era sumamente importante que todos estuvieran presentes para ver cómo seguirían avanzando ya que Ares sabía del mundo exterior. Fueron un par de tontos que tropezaron sobre unos botes de basura que despertaron a Ares. Se paró a ver qué pasaba afuera, y vio a los muchachos correr hacía el salón de asambleas. Decidió bajar para averiguar qué ocurría, puesto ya que al salón de asambleas solo iban si había algo importante.

Cuando llegó, vio a todos los de la isla reunidos escuchando lo que decían los líderes, y decidió esperar afuera, asegurándose que nadie lo viera. En el podio vio a sus papás llorando y el cuerpo ensangrentado de su maestro.

—Ahora por culpa de este imbécil, Ares sabe sobre el mundo exterior. Al próximo que cometa un error como tal, que ponga en riesgo la existencia de la isla, le pasará lo mismo que al profesor. ¡Ares no puede saber sobre la profecía que se les dio a los ancestros! Ellos hicieron todo lo posible para asegurar que estuviéramos listos para la venida de Ares, y nosotros somos responsables de que él no salga de la isla para que no muramos. No es tarde, todavía podemos prevenir que se cumpla la maldición de aquel sueño.

Ares había escuchado lo suficiente y decidió entrar al salón. Los isleños quedaron pasmados, y los líderes pálidos.

—¿Así que sin mí mueren? —

Nadie respondió.

—¡Está bien, si no me quieren responder, voy al océano y me largo de aquí!

Los isleños empezaron a angustiarse y a rogar que no se fuera. Los líderes dijeron que le darían todas las respuestas que quisiera, le darían lo que él quisiera. No tardó mucho en cobrar sus promesas. Toda información sobre su destino y la historia de la isla se le entregó. Tardó dos días encerrado leyendo todo sobre sí mismo. De la noche a la mañana tomó cargo de la isla. Cuando salió, llamó a una junta para dar las nuevas reglas. Ya no había más líderes, ni una escuela, solo él como el Rey Ares y los isleños como sus sirvientes.

Muchos trataron de escapar; construían sus propios barcos, pero al llegar a los 10 kilómetros, chocaban contra las rocas y morían. El Rey Ares prohibió la educación a los más chicos, todos debían permanecer cerca de su hogar por si se le antojaba algo, o alguien. Eran todos miserables. Así vivieron los isleños por años. Nadie podía escapar de sus abusos.

Después de varios años, los isleños se fueron acoplándose a su nueva realidad y las nuevas generaciones dependían de la poca educación que recibían de sus padres. Cansados, una noche todos se reunieron en el límite de la isla. Entre todos susurraban sobre qué era lo que deberían de hacer para dejar de sufrir. Varios de ellos ya habían intentado escapar pero siempre terminaban muertos; otros intentaron esconderse en otra parte de la isla, pero el Rey Ares mandaba a sus guerreros a encontrar y decapitar a los que huían. No quedaba de otra más que seguir como estaban, o arriesgar la existencia de la isla, ya que si al Rey no se le daba lo que quería, amenazaba con salir de allí.

Nadie esperaba que fuera la madre del rey quien propusiera que lo asesinaran. Todos quedaron en silencio escuchando su plan. Ella lo ataría, ya que era la única que podía entrar a su cuarto para darle su bendición, y los hombres de la isla lo llevarían hacia el océano.

—No es muy tarde, — seguía repitiendo. Era arriesgado, no solo por los guardias, si no porque la muerte del rey sería la extinción de la isla y sus pobladores. Pero era tanto la miseria, el cansancio y el dolor, que uno por uno dio su voto a favor de asesinar a Ares.

Pasaron las noches en donde todo era normal. Varios se fueron preparando para su condena. Hicieron un bote pequeño a escondidas del rey; allí era dónde lo pondrían. Disfrutaban de sus últimos días en la isla, y el Rey Ares seguía como si nada ocurriera. Cuando llegó la noche, todos los isleños esperaban ansiosos fuera de la casa del rey. Los hombres que lo tomarían de su cama esperaban afuera de su cuarto la señal de su madre. La madre del Rey Ares acarició suavemente a su hijo esperando a que se durmiera. Cuando al fin Ares empezó a roncar, cuidadosamente, su mamá lo ató en las piernas y muñecas. Dio un silbido hacia afuera y los hombres tumbaron la puerta despertando a Ares de sorpresa. Lo tomaron de su cama y, cargándolo, salieron hacia la playa. Ares gritaba que lo bajaran, que qué ocurría y qué estaban haciendo. El resto de los isleños corrieron detrás de los hombres queriendo ver lo que pasaría.

Cuando llegaron a la playa, todos los isleños se amontonaron para ver al rey ser arrojado al bote. Ares gritaba y gritaba que ellos no podían hacer eso, que estaban mal y morirían, no serían nada sin él en la isla. Los isleños veían el bote alejarse más y más, y tomados de la mano se despidieron uno del otro. Y al llegar hacia las rocas a 10 kilómetros de la playa, hubo un silencio total.

La isla había desaparecido, habitantes, rey, y todo. Nadie supo de ellos. Cualquier rastro de su existencia, su historia, se evaporó. Es extraño saber que solo las que salimos de la isla somos las únicas con la memoria de ese lugar tan lejano. Cuando nació Ares y quisimos regresar de nuestra expedición, se nos dijo que los de la isla no podrían salir nunca. No cruzamos el cinturón de rocas a 10 kilómetros de la isla, y decidimos volver a los continentes de los que habíamos venido. Cuando quisimos regresar, un grupo de navegadoras y yo, solo para ver cómo seguían los de la isla, aparecimos en otros continentes sin contacto con nuestra isla. Pasaron años para reconocer que la isla se había esfumado. A algunas se les empezaba a ir la memoria de la isla, poco a poco olvidaron de dónde veníamos y de nuestra historia. Soy casi la única que recuerda, que recuerda los cuentos del sueño que se les dio a los ancestros. Pero hay algo en mi que piensa que mientras me sostenga de esta memoria, la isla no desaparecería por completo, seguiría en mí; y mientras yo viva y cuente nuestra historia, la isla y todos los isleños seguirán allí, al sur de la línea ecuatorial como una astilla en el ombligo del Océano Pacífico.

Artist Statement

This story was written for my Spanish class. We were learning about journeys and asking if our homes exist if we no longer live there. I wrote this story to write about the fact that, yes, our homes—specifically our home countries—dissappear once we leave because they are always changing; however, they will never fully be gone because we get to hold on to the memories we made.

 

Hazel Medina Morin

My name is Hazel Medina Morin. I am part of the Class of 2024, and I am studying translation, languages, and linguistics at Bennington. I began creative writing on my first year at school for Spanish class and have since evolved into a writer and poet.

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